Miguel, el hijo de la pastelera
- yamhure
- 22 ago 2020
- 7 Min. de lectura

Ilustración Maríajosé Recalde Ordoñez
Miguel era un chico muy inteligente que habitaba en la frontera con Venezuela, en un pueblo
llamado Río Frío. Era hijo de doña Martha, una estupenda pastelera colombo-venezolana.
A doña Martha, todos la conocían a un lado y al otro del río. Era famosa porque sus pastelitos siempre llegaban con un poco de crema extra que ella le ponía para disimular los huecos que dejaba sobre ellos el paso en la chalupa. Era una dulzura su migración diaria, tapando los huecos de la frontera con crema de pastel.
Durante los cortos años de vida de Miguel, esta había sido su rutina: se levantaban juntos muy temprano, Miguel se arreglaba por su cuenta mientras su mamá cocinaba el desayuno, preparaba su morral para ir a estudiar del lado colombiano, cargaba las boquillas y confetis en una bolsa, y en la otra sus cuadernos y sus libros. Caminaban juntos hasta el muelle, Miguel sostenía la caja con los pasteles mientras su mamá se subía a la chalupa, y se la pasaba cuando ella se sentaba y se ponía estable. Luego se subía él, conversaban durante el trayecto o a veces solo miraban en silencio las casitas en el borde del río, desde donde la gente levantaba la mano para saludar. Se bajaban juntos en el pueblo.
Mientras Miguel estudiaba, doña Martha se quedaba entregando sus pedidos. Para ella era mucho más rentable comprar los ingredientes del lado venezolano, para luego vender los pasteles en pesos colombianos. Así duraron años, pasando la vida de aquí para allá sin sentir el peso de eso que llaman nacionalidad.
Un día, durante la época de los presidentes Santos – Maduro (que ironía esos apellidos en medio de esta historia) amaneció cerrada la frontera. Doña Martha, que llevaba como todos los días sus pedidos en la caja y a su hijo pegado a la cadera, encontró las palabras para que los guardias la dejaran pasar, solo por ese día, porque “el muchacho no puede quedarse sin clases y la crema de la torta se daña rápido si no se refrigera o se consume”.
Los guardias la dejaron pasar después de haber recibido varias veces un poco de la dulzura de doña Martha. Pero al regreso, hacia las cuatro de la tarde, se encontró con un muro hecho persona. O con una persona hecha muro. Alguien que no escuchaba ninguna razón porque había recibido órdenes desde Bogotá: “Nadie más puede pasar a menos que resuelva quedarse del otro lado. El que se quedó, se quedó.”
Así fue como Doña Martha y Miguel se quedaron de este lado.
Doña Martha buscó refugio en una carpa gigante que decía: Ayuda para Refugiados y Desplazados. Ahí durmió algunos días junto con su hijo mientras intentaba recuperar sus pertenencias y pasarlas a este lado de la vida.
Después de algunos meses entendió que era imposible, así que comenzó a rebuscarse la plata haciendo toda clase de trabajos para pagar el cuarto donde ahora vivía con Miguel. La dulzura de Doña Martha se había perdido y con ella también la de Miguel, quien ahora sentía un sabor amargo en su boca.
Sumada a la incertidumbre de su día a día, la vida de Miguel se movía vertiginosamente en la escuela en la que estudiaba, que estaba ubicada en un terreno abierto por donde pasaban todos los actores armados que tenían algún nivel de control sobre la mercancías legales e ilegales y la trashumancia entre los países.
Los chicos veían que eso ocurría porque era una escuela sin muros y con huerta y esa combinación, que en otro territorio podría ser un paraíso, en este, era el escenario perfecto para atraer los muchachos hambrientos de las agrupaciones ilegales. Hambrientos de comida y hambrientos de poder. Poder para hacer algo que cambiara sus destinos.
Algunos chicos se aferraban a sus cuadernos y pupitres, pero otros los miraban con admiración y sus ojos se iban detrás de las huellas de sus botas en la ribera del río. Miguel era uno de los segundos. Su mente tan activa y su espíritu tan aventurero no aguantaban el tedio de la escuela. Por ser esta la más cercana al paso fronterizo, llegaba todo el tiempo toda clase de estudiantes. No tenían clases regulares y estaban siempre tratando de repasar lo visto, para que los chicos nuevos pudieran ponerse al día.
Miguel era bueno para las matemáticas y para la educación física. Se aburría mucho poniéndose al día, así que comenzó a hacerse amigo de los que pasaban por la huerta y por el restaurante del colegio. Él tenía buenas habilidades para relacionarse con la gente, era lo que llaman un chico entrador.
Les preguntaba que qué hacían por ahí. Les preguntaba que si ellos sí podían pasar al otro lado. Les preguntaba si ganaban mucha plata haciendo lo que hacían. Así se fueron juntando la nostalgia por su casa, el aburrimiento por la pieza en la que vivía, las cuentas que no daban, su enorme inteligencia y picardía, y su valentía de los 12 años.
Miguel se fue un día siguiéndolos hasta el río. Era otro punto que él no conocía y por donde no era necesario pasar en chalupa sino que se podía pasar a píe mojándose un poco el pantalón. Les pidió a sus nuevos amigos que le dejaran pasar con ellos para poder llegar hasta su casa. Les explicó que nunca pudieron sacar sus cosas y que en esa pieza donde vivían ahora, ya no podía ni siquiera ver televisión.
Los muchachos accedieron, pero a cambio le pidieron que ayudara a cobrar una plata a una gente que estaban dejando pasar a diario. Que fuera su peaje, le dijeron. Miguel, que era muy bueno para las matemáticas rápidamente accedió.
En el colegio comenzaron a verlo cada vez menos. Miguel pasaba por ahí, entraba al salón, saludaba a la maestra y a un par de compañeros y seguía su rumbo. Abajo, en el sector de El Cruce, le dieron un lugar para recibir a la gente, cobrar el peaje y ayudar a pasar a quien lo necesitara. Pasaba unas cuatro o cinco horas diarias ayudando a los muchachos. Luego él mismo pasaba hacia su pueblo y se dirigía a su antigua casa.
Los primeros días sólo se ocupó de ver que las cosas estuvieran en su sitio. Le recomendó su casa a una vecina, amiga de su madre, y le dijo que estaría pasando con frecuencia a recoger algunas cosas.
Primero recogió algunos vestidos de Doña Martha y unas camisetas suyas. Al día siguiente, los zapatos que entraron en el morral pequeño del colegio. Como vio que podía cargarse las cosas por El Cruce, le dijo a su madre que le dijera qué era lo que ella más extrañaba de su casa. “¡Los implementos de cocina!”, le dijo doña Martha, los moldes para hacer las tortas, las boquillas grandes y pequeñas, y algunos ingredientes que en Colombia eran muy caros.
Lo vieron pasar un día con una radio. Al siguiente con un televisor. Otro día pasó con cuadro que le habían regalado a doña Martha, en reconocimiento por una fabulosa torta de matrimonio. A la semana pidió ayuda y se trasteó la neverita de su madre, que tanta falta le hacía para conservar la crema de pastel. Pasó el tapete, la licuadora, la estufa de dos puestos. Pasó la pimpina de gas, el colchón sencillo y el florero. Así fue cargando por el río, uno a uno, los objetos de su casa, hasta pasar su casa completa por el río.
Pero, así como pasaba estos objetos, le pedían pasar también otros. Mezclados entre las cobijas, las ollas y hasta los colchones, Miguel pasaba mercancías y uno que otro fierro.
En el colegio ya se volvió uno de los otros, de los chicos perdidos que no había que seguir. La profe se lo encontró un día y le pidió que volviera al colegio. Le dijo que esos pasos en los que andaba no eran buenos y que él era muy inteligente y podía tener una buena vida con doña Marta. Miguel le dijo: “Profe, así le toca a uno, ¿no ve que si no fuera por los muchachos mi mamá seguiría llorando?”
Reflexión autoetnográfica
Al conocer esta historia me impresionó la fuerza con la que Miguel había decidido recuperar su vida a través del río. Tengo la imagen de la profe que lo veía cruzar a pie limpio al comienzo, con las botas después. Primero con un balde, luego con un espejo, un cuadro, un armario atado a su espalda… Todo esto me hacía preguntarme qué había impulsado a emprender semejante faena a un niño de apenas 12 años. La aproximación a la comunicación como forma de interacción social, permite señalar algunos puntos.
En primer lugar, la comprensión de la frontera como un territorio donde se construyen unas relaciones particulares, cuyos habitantes construyen su identidad a partir de esa posibilidad de transitar entre países, contribuye a dimensionar la intensidad de la pérdida. La imposibilidad de cruzar la frontera significó la ruptura de las rutinas que organizaban su experiencia y toda la carga simbólica que había en ese tránsito por el río. Esta ruptura con los modos de vivir afectó radicalmente sus dinámicas comunicativas y puso en riesgo la pertenencia a una cultura particular.
Siguiendo a Maloof (2012), el cierre de frontera rompió para Miguel y su madre su particular identidad binacional. Restringir el paso a uno de los dos territorios fue amputar una parte de sus vidas y con ella, transformar irremediablemente lo que había constituido su mundo. Doña Marta, la pastelera, dejó de existir. Su hijo, en un acto de resistencia, buscó recuperar la identidad de su madre, trasteando por el río su cocina.
La decisión soberana que tomó el gobierno venezolano de cerrar la frontera para proteger la seguridad del pueblo, condujo a que una parte de él, de su pueblo, enfrentara una condición de indefensión que debilitó de manera crítica su autonomía, su autoafirmación, su capacidad de decidir cómo vivir y de qué manera actuar en el mundo.
Al restringir su movilidad y romper su identidad y autonomía, fueron debilitados los lazos y las solidaridades desde los que se tejía el vínculo con los otros, por esta razón, es posible afirmar que hubo una ruptura comunicativa.
Frente a este acto violento, Miguel tomó la decisión de recomponer su vida volviendo a incorporar a su rutina, la posibilidad de transitar de un país a otro. Si su vida estaba constituida sobre esta identidad particular de habitar en la frontera, su cierre fue el desmoronamiento de esta identidad. El acto que describe la historia es entonces una búsqueda de la identidad que le fue usurpada por una decisión de política en donde ni él ni su madre, ni ninguno de los habitantes de frontera, fueron reconocidos como interlocutores válidos ni tratados con respeto.
¿Y a tí qué te genera esta historia?
¿Has conocido historias de niños, niñas y adolescentes que habitan en fronteras geográficas?
¿Qué te pasa cuando ves niños migrantes en Bogotá?
¿Quisieras apoyarlos de alguna manera?
El relato evoca de manera clara y concisa las razones por las cuales decidí migrar de Colombia. Tuve la oportunidad de participar en proyectos similares en donde escuche historias como las de Miguel y Martha. Proyectos llenos de buenas intenciones pero limitados en tiempo y recursos para hacerle frente de manera contundente a las inequidades estructurales que propician estas realidades para los niños en los territorios.
Mi empatía y admiración por la investigadora, porque logró movilizar sus sentimientos de frustración y tristeza y transformarlos en un trabajo que aporta elementos interesantes para la comprensión de las dinámicas en los territorios.
A la distancia, no deja de doler el país, mas cuando los mas impactados por la inequidad social siempre serán…
Esta historia me remite de inmediato a la actual realidad de los niños, niñas y jóvenes del pais, a los asesinatos de las últimas semanas, al dolor de sus madres, de sus familias. Cómo en medio de una guerra que no cesa, los territorios quedan atrapados en medio de la ambición y la deshumanizacion de sus "dirigentes", de la oscuridad. Cuántos niños como Miguel han sigo asesinados por décadas....porque los tildan de colaboradores de X o Y grupo armado, cuando ellos simplemente están sobreviviendo. Hermoso el relato!!
Hola! Interesante experimento. Teniendo en cuenta que la autoetnografía es una metodología particular, con varias vertientes, tengo curiosidad de por qué llamas a este ejercicio autoetnográfico? Cuál es la diferencia entre la autoetnografía y el comentario de texto personal? Gracias!
Es casi imposible no transportarse al lugar en el que habita Miguel, si es que podemos decir que habita un solo lugar. Los niños y niñas de la frontera muchas veces no recuerdan de donde son porque terminan siendo de todos lados y de ninguno y así mismo sus vidas, la deserción escolar se da muchas veces por causas que van más allá de la voluntad de una familia, cuando tienes que escoger entre vivir o sobrevivir creo que la respuesta no es otra que el esfuerzo mayor pero que puede permitir acceder a lo básico. "Perder" el tiempo en la escuela para estos niños y niñas ni siquiera es una opción, porque no hay opción. Tu relato logra que…
Esta historia me movió muchas fibras íntimas, la forma en que está escrita es sumamente movilizadora y nos devuelve la sensibilidad ante realidades que conocemos, que hemos estudiado e intevenido pero que muchas veces pierden el rostro. Creo que es una forma muy potente de transmitir las historias de vida y de mostrar las problemáticas de las infancias marcadas por la exclusión y la desigualdad.