Esteban y Licita
- yamhure
- 22 ago 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 22 ago 2020

Ilustración Maríajosé Recalde Ordoñez
Esteban se encontraba estudiando en un colegio de Concordia, un municipio ubicado en el suroeste antioqueño cuando se vinculó al microtráfico. Mientras cursaba grado octavo, Esteban había comenzado a observar cómo algunos compañeros de otros grados comenzaban a cambiar su apariencia y a portarse distinto. Esteban notaba que llevaban celulares caros, algunos comenzaban a andar en moto y de vez en cuando, se los veía pasar con las nenitas más lindas del colegio. Esos objetos a los que él nunca tendría acceso le parecían tan atractivos que sentía celos. Quería ser como ellos, verse así y ser respetado y admirado por otros.
Algunos de sus amigos comenzaban a circular rumores sobre Reinel, un tipo joven que se parchaba cerca de la puerta a pillar a quienes podía interesarles entrar en el negocio. Esteban tenía curiosidad y se interesó por la propuesta. Sabía que un dinerito extra no iba a caerle mal a su familia. En su casa la persona que sostenía la caña era su mamá, doña Alicia que era costurera.
Licita, como le decían en el pueblo, les cogía el dobladillo a todos los trapos que encontrara y le pasaba la máquina a cuanta tela rota había por el pueblo. Ella andaba reparando cosas, como intentando coserse algo por dentro. Cosía los vestiditos de las muñecas, remendaba las carpetas de las señoras, zurcía la entrepierna de los pantalones desgastados, hasta remendaba los pañuelos del cura con tal de que Esteban se educara.
Lo único que no había podido recomponer Licita, era la infancia rota de sus hijos, que tuvieron que vivir con un padre violento. “Ese tipo era un monstruo. Se pasaba tratando mal a la cucha que lo único que hacía era coser. Se la pasaba borracho y le gustaba llegar a mandar, solo por hacernos saber que era él, el que mandaba. La cucha, a lo bien, le aguantó mucho”.
Su padre les quitaba el aire a sus hermanos y a él, que era el del medio. Asfixiaba cualquier intento por aliviar la vida con despotismo y hostilidad. Su voz era un ataque deliberado contra todo lo que Esteban pensaba de él mismo. Así, aprendió que él era un bueno para nada, que era un vago y que su vida iba a ser igual de miserable a la de él. Le dijo un día mientras se tomaba un aguardiente: “Usted, aprenda que todo plato llena el buche y que cualquier trapo que le regalen le va a quedar bueno. Así es que como toca cuando uno nace pobre”.
Tal vez por eso Licita cosía tan bien. Aprendiendo a ajustar los pantalones y camisas que el cura le daba para que sus hijos se vistieran.
Un buen día, un día muy bueno, el padre se fue con sus amigos a beber y no volvió nunca más. Esteban cuenta ese, como un día alegre.
Después de su partida, su madre tuvo que hacer milagros con las telas. A veces, recuerda él, se levantaba y la veía ahí sentada cosiendo y se acostaba y seguía igual, en la misma posición y con la misma ropa. Para Esteban y Carlos, el menor, su mamá y la máquina eran una misma cosa. A veces le veían cara de carrete y otras de aguja y su columna se parecía al lomo de la SINGER, era encorvada y suave como la máquina que le había heredado una patrona.
Esteban iba al colegio sin mucho interés porque le parecía que esas cosas que enseñaba misia Cecilia eran aburridas y él estaba más interesado en otros temas. Por ejemplo, le interesaba cómo hacer harto billete para que la vieja pudiera pararse de esa máquina donde se había pasado a vivir desde hacía tantos años.
Un día un amigo suyo le dio a probar un poco de yerba de la que vendían en “El sofá”, un muro cerca de la puerta de salida del colegio donde se ubicaba Reinel, el jíbaro que controlaba a los combos de la zona. Esa yerba le ayudaba mucho a olvidar sus dolores y lo ponía livianito. “Me pone lizo, tengo una traba licita, como mi mamá”
Reinel, había salido también de un colegio como el suyo y sabía muy bien el perfil de los chicos que podía contactar para vincularlos a su combo[1].
Esteban tenía ese perfil, era un chico muy despierto, que tenía la posibilidad de intimidar a otros por el tamaño de su cuerpo, que, a los catorce años, ya superaba los uno con setenta. Era de contextura delgada pero fornido, o “manga”, decían por ahí.
Un día, Esteban se acercó a Reinel y le pidió que le contara de qué se trataba ese trabajo que algunos de sus compañeros estaban haciendo para él. Reinel le dijo que esperara un poco y que lo acompañara para mostrarle. Lo llevó a una casa que quedaba ubicada a unos pocos metros del colegio, donde tenía guardados los paquetes que entregaba a los chicos que querían ganar dinero.
Le dijo que primero probara lo buena que era la yerba y que luego le dijera si de verdad le interesaba. Esteban la probó por segunda vez y de nuevo le gustó... esa sensación de estar relajado le dejaba estar cómodo adentro de su piel. Cuando se le pasaba, otra vez sentía angustia. Así fue acelerando el consumo y probando otras cosas un poco más pesadas.
Reinel le dijo que podían hacer un trato, que trabajara para él y que no le iba a faltar el venenito. Le dijo: “a mí me interesa que usted me responda con la cantidad de papeletas que le entrego. Usted las vende dentro del colegio y me responde por 100 mil pesos. De ahí para arriba la ganancia es suya. Las suyas se las dejo más baraticas. Entre más venda mejor le va conmigo pelao. Si lo hace muy bien, lo puedo poner a hacer otras cosas, a los patrones les interesa que ustedes nos ayuden”.
Así fue como Esteban comenzó a surtir adentro del colegio. Primero con los de su mismo grado que también fumaban marihuana. Luego, comenzó con otro tipo de sustancias y a llegar a las metas que le exigía Reinel.
Pasaron cuatro meses cuando Reinel le pidió que además de venderla, tratara de ir pillando quienes podían estar interesados en entrar para agrandar el círculo y por supuesto las ganancias. Así fue como Esteban le propuso a Pacho que se juntaran para hacerlo todo entre los dos. Le explicó cómo funcionaba y quiénes eran sus clientes fijos. Y le dijo también que había otros pelaos de once que seguro la probaban y también les iba a gustar. Pacho tenía una historia parecida a la de Esteban, pero en su caso, la huella de la exclusión y la violencia le había mermado la voz y lo había hecho un poco tímido.
Mientras Esteban aumentaba su comercio, a Pacho le costaba mucho llegar a los mínimos exigidos por Reinel. La decisión de vincularse le había pesado mucho, pero una vez adentro era muy difícil zafarse y volver a la vida.
Reinel le propuso a Esteban que coordinara al grupo de muchachos del colegio y que se entendiera con él para el tema de la plata. Se veían cada 15 días y después cada mes. Esteban fue llevando más cosas a su casa y pidiéndole a su madre que dejara de coser.
-Licita, tranquila que yo ya me encargo de la casa. Más bien descanse que yo me conseguí un camellito y ya podemos dejar que esa maquinita también descanse.
La madre por supuesto recibía con agradecimiento esas ayudas, porque su vida realmente había sido dura y ya estaba cobrándole su espalda. Bajando la cabeza para mirar la aguja, se había acostumbrado a ver solo lo que ocurría a la corta distancia de su vista.
Un día Reinel le dio a Esteban un celular de alta gama. Le dijo: pelao, usted se lo ganó, por hacer las cosas bien. Por ser legal y por tener agallas para cumplir con lo que el patrón le dijo. Su amigo en cambio, ese tal Pacho, es una gueva completa. Ese no nos dio la talla y va a tocar afinarlo porque con vagos no se puede trabajar.
Esteban no volvió a ver a Pacho y entendió que el camino por el que estaba transitando ya no tenía reversa.
Reinel le dijo que de ahora en adelante debía estar muy atento al celular porque le iban a pedir otras tareas de mayor responsabilidad. Le dijo: usted está preparado y seguro que lo va a hacer muy bien. Así que empezó a pedirle que transportara uno que otro fierro, y le diera vuelta a los pelaos encargados de vender la droga en otros colegios. Para hacerlo le asignó una moto y le dijo que había una chica de su misma edad que iba a colaborarle en los trabajos.
Como Esteban mostraba resultados, le dijeron que querían vincularlo a otro tipo de actividades. Que había gente que estaba dañándoles el negocio y que necesitaban peinar un par de tipos en Barrancabermeja.
Durante las siguientes dos semanas, Reinel le enseño a manejar el fierro y a dispararle a objetos a distancias cortas. Para Esteban todo era novedoso y por primera vez tenía esa sensación de poder que su padre le había usurpado de pequeño. Se sentía capaz. Se sentía fuerte, importante y grande. Aunque no le gustaba mucho la idea de tener que disparar en contra de alguien, sabía que no podía negarse porque ya estaba muy metido y no podía decepcionar a su patrón.
Cuando fue a despedirse de su mamá, le dijo que tenía que ir a hacerle una vuelta a su patrón y que se demoraba una semana en regresar. Para ese entonces, el tema del estudio ya estaba totalmente abandonado. Doña Alicia solo esperaba a que su muchacho hiciera su trabajo para que la nevera que le había regalado permaneciera así llenita como en ese último año.
A Esteban lo mandaron hasta Medellín y de ahí a Bucaramanga. Cuando llegó allá, le dijeron que cogiera un bus hasta Barranca y esperara órdenes. La noche que llegó, se alojó en un hotel que se llamaba Roma, que quedaba al lado de otro llamado Londres. Esteban se divertía con esto porque en el colegio siempre había sido muy malo para la geografía y confundía estas dos ciudades. Ahí pasó la noche, sin recibir ninguna llamada y fantaseando con todo lo que podía comprarse si coronaba bien ese trabajito. Es que hay que tener buenas referencias para que el patrón le coja cariño a uno, pensaba.
Al día siguiente se dedicó a caminar por esas calles húmedas con olor a petróleo y a tomar avena para refrescarse. En la tardecita sonó su celular y era una persona que no conocía. Un tal Daniel le dijo que él le daría la instrucción cuando llegara al parque infantil y se hiciera en el cafecito que quedaba al lado de la Catedral de La Inmaculada. Le dijo que llevara el fierro porque lo iba a necesitar.
Esteban caminó de Roma a La Inmaculada debajo de los árboles quietos de Barranca. Estaba nervioso porque era su primera misión y no sabía cómo iban a salir las cosas.
Al llegar al parque lo llamó Daniel de nuevo. Le dijo que mirara hacia el café que quedaba en la otra esquina de la Catedral y que buscara a “una pinta”[2] que tenía una camiseta roja y una cachucha beige. Le dijo: tiene que acercarse y dispararle en el pecho. Así como le enseñaron, ¿oyó? No se puede equivocar. La plata del pago le llega por Efecty y mañana está regresando a su casa si todo lo hace bien.
Esteban se acercó y preparó su arma para hacer lo que le pedían. Sus pasos eran lentos porque tenía mucho miedo de llegar al punto. Pensó las rutas para salir corriendo y llegar al hotel, preguntó si por esa vía llegaba al Roma y le dijeron que sí, que por cualquiera de ellas podía llegar. Caminara por donde caminara iba a llegar al mismo punto.
Se demoró cerca de 15 minutos esperando a que las mesas de los lados se desocuparan para que no hubiera testigos. A esa hora comenzaba a caer la noche, así que podía camuflarse un poco tras los árboles. Así lo hizo. Llegó hasta la tienda que quedaba justo debajo de la torre de la Inmaculada. Se paró en la puerta y se preparó para sacar su fierro. Pero esa lentitud pasmosa que tenía por el calor y el miedo se alargó más de la cuenta. En la tienda había otro tipo armado que sin pensarlo empuñó su revólver y le disparó. La bala le entró por el lóbulo frontal y salió detrás de su oreja.
Por alguna razón que él no se explica, no murió. Duró inconsciente cerca de un mes. Y de pronto abrió los ojos sin entender lo que había pasado.
Su madre estaba ahí cuando tomó consciencia y le dijo que seguro era la virgen la que lo había salvado. Le dijo que se entregara y que contara todo y le pidió que no volviera al pueblo nunca más.
[1] En esta región, como en muchas otras de país, se está consolidando una modalidad de vinculación de menores de 18 años a través de la figura de bandas y combos, que operan en las inmediaciones de los entornos educativos. Aunque aparentemente no tienen ninguna relación con las dinámicas del conflicto armado, sí son una fuente de sostenimiento económico y una forma de expansión y dominio territorial de los actores armados. Así lo registró EL TIEMPO en este artículo: http://blogs.eltiempo.com/escombros/2016/10/23/narcotraficantes-manejan-149-pandillas-en-bogota/ y nosotros también lo denunciamos desde la Defensoría del Pueblo en la investigación: Posacuerdo y nuevos escenarios de riesgo para los entornos educativos en Colombia (2018) Disponible en: http://desarrollos.defensoria.gov.co/desarrollo1/ABCD/opac/ [2] Una persona
Estas preguntas fueron las que yo me hice después de conocer su historia:
¿Qué preguntas deberíamos hacernos como sociedad cuando chicos de entre 13 y 16 años son capaces de asesinar, extorsionar, etc., y qué tanto estaríamos dispuestos a apoyar alguno de estos chicos en la recuperación de su sentido de vida?
¿Le daríamos la oportunidad de hacer parte de la sociedad o seguimos pensando que es mejor que los separen porque son la raíz de todos nuestros problemas?
¿Y a tí qué te generó esta historia?
¿Conoces historias parecidas a las de Esteban y Licita?
¿Cómo crees que podrías contribuir a que otros adolescentes como Esteban no sean utilizados por los actores armados?
Me encantó la ilustración, preciosa. La historia de Esteban pone sobre la mesa muchos temas estructurales del país, las múltiples violencias que atraviesan principalmente en zonas de conflicto, muchos niños y jóvenes, la falta de oportunidades para la juventud y cómo el narcotráfico se suple de los más vulnerables para acrecentar sus arcas. La vida de tantas mujeres cabeza de familia que asumen todos los roles en su hogar...El patriarcado atravesando la vida.
Antes de todo asesino hubo niño confundido, violentado, apocado o cualquier sensación de impotencia que más adelante necesita resolverse. Si esa resolución se da en un país excluyente, con practicas dominantes donde se entiende y exalta que el poder es para controlar y no para cuidar, las cosas se resuelven sin resolverse, se enmarañan más.
Cientos de niños como esteban parecen no tener más opción que cambiar Ser por el Tener.
Lo que me genera este tipo de historias que son más comunes que esporádico, es la impotencia de saber que muchos de los jóvenes que se ven involucrados con estos actores armados, sufrieron todo tipo de vejámenes en sus hogares. Sufrieron la violencia en cada segundo de su vida, al interior de su "supuesto entorno protector", a tal punto que se naturalizó la violencia como un mecanismo de relacionamiento con el "otro". Se pierde el sentido de la vida, la ilusión, los sueños se fundamentan en lo que ven tan lejano para ellos pero tan accesible para otros. Y sí, estaría dispuesta a contribuir que otros adolescentes como Esteban puedan reconstruir su proyecto de vida. Desearía en lo profundo d…
Primero comentar que la ilustración de la maquina de coser Singer me ha parecido preciosa, me evoca mi familia de tradición costurera.
Respecto a la historia de Esteban he conocido en España muchos Esteban, que sus madres han traído por reagrupación familiar y las nombro solo a ellas porque son las mujeres, en el caso de las latinoamericanas, las que mueven las cadenas migratorias.
Se han traído a sus hijos y sus hijas para "librarlos" de situaciones de exclusión, pobreza, violencia y droga pero desafortunadamente muchos de ellos se han encontrado aquí con esas cadenas de microtaficos de droga y en otras ocasiones se han vinculado a cadenas mas amplias donde se vincula Colombia-Estados Unidos- España. Si que he encontrado…
He visto y he vivido la historia de Esteban MUY de cerca. Al parecer la frase: "Así fue acelerando el consumo y probando otras cosas un poco más pesadas."; representa el inicio de la descomposición social de nuestra niñez y de nuestra juventud. Frente a este aspecto, sin duda, los medios de comunicación, promotores de la doble moral en este país, tienen GRAN responsabilidad al exaltar y al emitir programas, cuyas temáticas giran en torno al narcotráfico y a la adquisición de dinero "fácil"; entre otros aspectos.
Aquellos jóvenes y adolescentes utilizados y explotados por los diferentes actores armados, por supuesto merecen más que una segunda oportunidad, para recuperar su sentido de vida.
Se debe legalizar el consumo, lo cual…